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jueves, 23 de enero de 2014

ECLIPSES VISIÓN PREHISPÁNICA

ECLIPSES VISIÓN PREHISPÁNICA
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO


     Eclipses. Precedentes de la época prehispánica aún se conservan vestigios de los rasgos religiosos de la adoración al Sol y a la Luna y a los demás elementos de la naturaleza.  
     Refiere González (1975: 138), Los eclipses causaban gran temor entre los mexicanos. En las crónicas se mencionan gran número de estos fenómenos, casi siempre relacionados con alguna calamidad posterior: hambre o sequía, por ejemplo. Los eclipses de Sol eran vistos con especial aprehensión, porque se temía que éste desapareciera para siempre. Todo el pueblo –hombres, mujeres y niños-, organizaban gran gritería y se autosacrificaban en piernas y orejas. Además había un sacrificio especial de albinos.

     Según Manrique (1991: 35, 37, 40), el nombre mismo de los eclipses en casi todas las lenguas indígenas de México revela la creencia de que algo o algún ser sobrenatural se comía al Sol o a la Luna. En náhuatl al eclipse de Sol se le llama Tonatiuh cualo (“comedura del Sol”), y el eclipse de Luna se dice Metztli cualo (“comedura de Luna”). Si el eclipse era de Luna, las mujeres preñadas temían que así como la Luna era comida podía suceder con el niño que llevaba en el vientre y que nacería sin labios y sin nariz, o con algún otro defecto o malformación, y para impedir que eso pasara se ponían una navaja de obsidiana en la boca o sobre el vientre para defender al feto de la mala influencia del eclipse. También era creencia común que el niño que una preñada esperaba podía convertirse en ratón por efecto del eclipse de Luna y que eso pariría. En relación a los lacandones, éstos llaman al eclipse chibil, “mordedura” porque creen que un jaguar se come a la luminaria (la Luna o el Sol), y que si se lo comiera por completo, el mundo se acabaría. Para que esto no suceda, rezan pasivamente a Hach Ak Yum, el dios principal y superior a todos, para que lo impida, en contraste con los ritos estrepitosos de los otros grupos mayenses.
     Corona (1976) refiere que entre los purépecha, se le dice cucho a la persona que tiene el labio superior partido. Literalmente cucho significa “tomado por la Luna”.  

     Mariángela Rodríguez (1986: 18, 42) refiere que entre los Mayos: “Cuando hay un eclipse de Luna en todas las casas se hace un “ruidajo”  con lo que la gente encuentra, palos, piedras, tapas de ollas, y las embarazadas no paran de dar vueltas alrededor de la casa, porque si no lo hacen los hijos nacen mal (con defectos físicos), y la gente dice: ‘Se enfermó la Luna porque se peleó con el Sol y hay que hacer ruido para que se alivie’. Cuando se trata de un eclipse de Sol, las mujeres cuidan de taparse la cabeza, ya que de lo contrario cada cabello puede convertirse en una culebra”.
     Thompson (: 288-289) comenta que entre los mayas de la península de Yucatán así como entre los mayas tzeltales y kanhobales está muy difundida la creencia de que los eclipses se deben a las peleas conyugales del Sol y la Luna; el Sol la emprende contra su mujer por sus liviandades cuando vivían en la Tierra o porque es muy chismosa. Los choles palencanos y algunos yucatecos creen que los eclipses lunares los causan un jaguar, una variedad de hormigas llamada xulab en yucateco o algunos demonios. Por doquier es costumbre hacer mucho ruido para distraer la atención del agresor y salvar al Sol o a la Luna agredidos. La gente golpea tambores y botes de hojalata, disparan rifles y cohetes y pega a los perros para hacerlos aullar. Es creencia común de los mayas que la Luna brilla menos que el Sol porque éste le sacó un ojo al quejarse la gente de que no podía dormir por ser la noche tan clara como el día. Otros dicen que perdió un ojo en una pelea con el Sol.   
    
     Ruz (T. ll, 1982: 52), refiere que entre los tojolabales, los eclipses de ambos cuerpos celestes son vistos con grave angustia, pues se teme que una vez derrotados por sus enemigos (el Sol por la Luna enfurecida, y ésta por las b’ajte’, hormigas negras que pretenden devorarla), el fin del mundo sería cierto. Por ello, cuando ocurren, la gente se refugia en la iglesia, tocando campanas, tambores, cuernos, puertas, e incluso instrumentos de labranza para “ayudar” a que se haga nuevamente la luz.
     Tozzer (1982: 114-115, 117, 119, 195), refiere que entre los lacandones el Sol es llamado Kin y la Luna Akna; cuando hay un eclipse de Luna, es momento de gran peligro nacional, el cual aumenta cuando es eclipse de Sol, se dice que Nohotsakyum (El Gran Padre), el cual vive en Yaxchilán,  está enfermo, y se efectúan ritos y ofrendas a los dioses. Todas las personas se abstienen de su trabajo regular y cada familia permanece dentro de su propia casa durante el tiempo de un eclipse. Se puede comer toda clase de animales. Un eclipse lunar es un acontecimiento menos importante y se considera que la hija de Nohotsakyum, Ertup (Pequeña) o Upal (Su Hija), está enferma. En el caso de un eclipse de Sol se celebra un rito con el canto siguiente: Mi más excelente Padre, no permitas que se oculte el supremo fuego. Sal, calor, te pagaré (con una ofrenda), excelente Padre. Sal, calor pobre, veo al dios perseguido. En nada he errado. No me asocio con nadie, oh Padre, no me asocio con mis compañeros, oh Padre.
     Foster (1972: 20), en Tzintzuntzan, Michoacán como en varias culturas mesoamericanas percuten los tambores para alejar al monstruo que, durante un eclipse, amenaza con devorar al Sol; tocan la flauta para ayudar al Sol a salir todas las mañanas.

     Thomas (1974: 98, 104, 113). Entre los zoques de Rayón, Chiapas existe la creencia de que los eclipses de Luna producen la muerte de niños. La luz de velas benditas (san’tu ano’ ‘a) protege una casa durante los eclipses de Sol y de Luna de los brujos, el mal espíritu y los demonios de la naturaleza, que se dice aparecen de noche. Estas velas las proporcionan los rezadores que realizan ellos mismos el rito de bendición; si no se las bendice, se dice que no se encenderán cuando se las necesite. 
     González (1982: 109-110), comenta que los tarahumares se atemorizan cuando hay un eclipse. Dicen que el Sol está enfermo, que hay que aliviarlo y medicinarlo con sus ofrendas y sacrificios, porque si se muere, se morirán ellos también. Ya sea que se desplome y los apachurre a todos; que deje de llover, o que nieve intempestivamente echando a perder todos sus sembrados.

     Bennett y Zingg (1986: 528) comentan de los mismos tarahumares que los eclipses de Sol les provocan enorme aflicción por estar convencidos que se está acabando el mundo, que simultáneamente en toda la sierra se baila el dutubúri.
     Carla M. Rita (1979: 283, 311) comenta que entre los huaves de San Mateo del Mar, Oaxaca, el eclipse de Luna (acaram mïm kaaw, comer mamá luna) es el que asume gran importancia con respecto a las gestantes pues si éstas no se retiran a sus casas para no verlo, parirán un niño con manchas oscuras en el cuerpo (acaram mikaaw) semejantes a las que aparecen en las manos de las personas ancianas. Cuando se manifiestan en un ojo, el niño nacerá tuerto. Con el fin de que el feto que vive dentro de la luna se asuste y deje de roerla, tocan las campanas de la iglesia durante los eclipses.

     Galinier (1987: 425-426, 429), refiere que para los otomíes la vida sólo puede nacer de la disociación de la Luna y el Sol (o fuego) por lo cual durante los eclipses golpean una coa con una piedra, así como tambores u objetos de metal para tratar de impedir la conjunción de las fuerzas celestes antagónicas de ambos astros. La Luna tiene un aspecto doble, ya que es a un tiempo fuente de vida y amenaza de muerte. Por ello se busca ahuyentar a las fuerzas lunares que ponen en peligro la vida. Refiere que los otomíes temen que las embarazadas expuestas durante los eclipses de Sol o de Luna tengan al nacer niños con labio leporino, un pie deforme, un brazo atrofiado o nazcan sordomudos. Por tal motivo, evitan orinar o defecar afuera durante la noche. 
     López Austin (l, 2004: 413), entre los mexicas, los albinos, hombres de color encendido y niños con dos remolinos en el cabello (yontecuezcomayo) eran entregados al Sol, a la Luna o a Tláloc para aumentar la energía de los dioses cuando los eclipses o la sequía demostraban que éstos estaban hambrientos o en peligro.
      Según Tranfo (1974: 335), entre los otomíes las embarazadas deben portar debajo de sus ropas objetos metálicos, preferentemente un cuchillo el cual cortará el rayo enviado por la luna a la gestante.
     Moscoso (1991: 125-126) estudiando a los tzotziles recoge las impresiones que de los terremotos y  eclipses tienen los brujos y los médico-folk:
     Los médico folk saben que cuando hay un eclipse ya del sol o de la luna, son un castigo o, cuando menos, advertencia de Dios Nuestro Señor, para no seguir haciendo males a los demás en este mundo y en respuesta se hincan con las caras inclinadas hacia la tierra y poniendo todo el corazón elevan las oraciones enseñadas por sus padres para estos momentos de prueba: “Madre Tierra, protégenos, no nos abandones en las manos de nuestros enemigos…”
     En cuanto a los brujos, saben que algunos malos hombres, muy poderosos, quieren llegar hasta Dios, o hasta nuestro padre San Salvador (Sol-Jesucristo) o a la luna  y dominarlos y es por eso que sucede el eclipse. Se sienten temerosos, pues ellos mismos saben que sus obras no son buenas y por lo mismo piensan que aquel temblor (o eclipse) representa el castigo que Dios les ha enviado a ellos. Y por eso, lo primero que hacen es ir inmediatamente a una cueva y en ella rezan a los malos espíritus pidiéndoles su protección.
     García de León (1969: 284), entre los nahuas-pipiles los eclipses de Luna pueden ser la causa de que una mujer dé a luz un niño muerto o deforme. Durante un eclipse las mujeres embarazadas deben quedarse dentro de la casa, y en caso de salir deben amarrarse un trapo negro en el vientre. 
     Huerta (1981: 63-64, 218) comenta que en San Andrés Chicahuaxtla, Oaxaca, a las once y treinta de la mañana del siete de marzo de 1970, en el apogeo del eclipse de sol, cerca de 30 indígenas triquis en el interior del templo, con velas encendidas en sus manos, rezaban atemorizadas por el repentino oscurecimiento. Las plegarias de los triquis apuntaban a desviar las potencias naturales de los astros, rogaban a éstos como dioses en las imágenes de San Pedro y San Pablo, representando el primero al sol y el segundo a la luna. Asimilan las divinidades cristianas a esos astros. Del pleito del Sol (San Pedro) y de la luna (San Pablo) no habría resultados buenos para los que habitamos la tierra (Shischec), considerada otro dios. Esta veneración a los santos como dioses: San Pedro como el sol (Cuhui) y San Pablo como la luna (Yahuí) es una muestra del sincretismo religioso con dominio de la religión vernácula sobre la cristiana.
     Ríos (s/f: 18), nos recuerda una narración del escritor Manuel Rejón García (Marcos de Chimay) sobre el incidente ocurrido durante una pelea sostenida entre mayas y españoles, la cual parecía inclinarse a favor de los mayas, que por el conocimiento del terreno, pensaban emboscarlos aprovechando la oscuridad y el silencio de la noche, no contando con que habría un eclipse de luna (creen que la luna se muere, o la pican un género de hormigas que llaman Xubab) y temerosos de su desaparición definitiva, pusiéronse a tocar toda clase de instrumentos produciendo el mayor ruido posible para salvarla, y perdieron en consecuencia, la pelea indicada, al ser advertidos los españoles de lo que les deparaba la suerte, y salir a su encuentro.
     Winfield (1985: 80-81), relata que en las Higueras, municipio de Vega de Alatorre, Veracruz hay una vieja práctica de arrojar fierros al chilar a fin de prevenir los efectos nefastos atribuidos a los eclipses solares. Y otra manera de evitar la mala influencia de los eclipses consiste en colocar, cuando la planta está floreando, dos cintas, una de color rojo y otra negra sobre una estaca en el campo, de tal manera que queden a una altura mayor que la de la planta, para que sea fácilmente visible.


     Todos estos mecanismos efectuados por los hombres para la defensa de la integridad y perpetuidad de sus astros y/o dioses constituyen lo que se conoce como magia defensiva. Como bien lo comentan Álvarez/ Álvarez (1986: 109), son actos mágicos que a través de medios defensivos (apotropeas), como hacer ruidos, disparos, encender fuego, pronunciar fórmulas mágicas o llevar amuletos, pretenden alejar catástrofes o contrarrestar los influjos maléficos.

     Extraído de mi libro "Los Tuxtlas, nombres geográficos pipil, náhuatl, taíno y popoluca". Analogía de las cosmologías de las culturas mesoamericanas. El cual incluye un diccionario de localismos y mexicanismos. Ediciones Culturales Exclusivas, Boca del Río, Veracruz, México. 2007.



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