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sábado, 25 de abril de 2015

COMPADRE ALEGRE Jorge Caretta Salas

COMPADRE  ALEGRE
JORGE CARETTA SALAS
Foto de Internet

     Desde fuera del solar, Aniceto, con voz potente gritó:

     - ¡Buenos días!  ¡Bueeenos días compadres!  ¡Bueeenos días!

     El compadre Aniceto no se desanimó al no escuchar respuesta a su saludo.  Oyó, eso sí, el ladrido  del viejo perro que solo servía para avisar que alguien estaba en el zaguán tratando de que oyeran sus gritos y le abrieran.  - ¡En fin!- Ya era un perro muy viejo, casi ciego. Sus ladridos no amedrentaban ni a las gallinas del corral. Ya se le escuchaban, aún a distancia, el ruido producido en sus cuerdas vocales semejando al “ronquido chillador” en el pecho de un niño asmático.
Imagen Internet

     Aniceto oyó el levantar la aldaba de hierro que “atrancaba”  la puerta de la casa pero tuvo que esperar, paciente,  a que la comadre Chole lo invitara a entrar. Después de todo, Él era un hombre  bien educado, de buenas costumbres y sabía que no podía entrar  a la casa de sus compadres, solo y a esas horas, tan temprano de la mañana, sin comprometer  a su comadre a  los chismes y habladurías de los vecinos.

      -¡Pase, compadre!-  Oyó decir a Chole.  ¡Perdone usted que no vaya rápido  a abrirle la puerta porque estoy atendiendo a su compadre Melesio que se encuentra muy enfermito!  ¡Pase compadrito!   ¡Con confianza!  ¡Ya sabe usted que ésta es su casa! 

     Aniceto  entró a la habitación.  Le llegó a su nariz,  el “tufo” de remedios caseros, de sudor agrio y de comida descompuesta.  -No hizo caso-. Sabía, por boca de su mujer, que su compadre Melesio tenía varios días de estar enfermo de “¿quién sabe qué enfermedad?”  Le habían dicho que ya estaba “en las últimas”, casi entregando el equipo y por lo tanto, acordándose, como buen cristiano, de las obras de misericordia, decidió hacer uso de una de ellas: ¡Visitar a los enfermos!

     La comadre Chole, “hablantina como sólo ella podía serlo”, le dijo:   ¿Por qué no vino la comadre?   Le hubiera dado mucho gusto a mi marido el verla, aunque fuera por última vez.

     - ¡Ay compadrito!-  ¡Qué desgracia!  Ya mi viejo casi ni resuella.  Está muy débil y ya no acepta ni la comida ni los medicamentos que  le recetó el médico.

     Aniceto escuchó tristemente a su comadre.  No creía que estuviera tan grave su compadrito  Melesio, su compañero de juegos, de aventuras, de trabajo y por qué no decirlo, su fiel compañero de parrandas. Miró hacía el camastro de varas donde yacía y se espantó del aspecto físico de su compadrito enfermo. Era el puro esqueleto. Sus ojos semi cerrados parecían huevos cocidos, sin brillo alguno. Lo que sí no pasó inadvertido fueron los ayees que profería el enfermo, lentos, roncos, que hacían, al escucharlos, que se le “enchinara el pellejo”.
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     Acompañado de Chole, se acercó hasta el camastro.  El enfermo, como una estatua, tal vez presintió la presencia de ambos., entreabrió más sus ojos y un ronco quejido se escapó de su boca:   ¡Ayyyyy!   ¡Ayyyyy! Trató de mover su cuerpo  pero su esfuerzo fue inútil. Sus labios resecos estaban agrietados. El esfuerzo al tratar de moverlos produjo un hilillo de sangre espesa y renegrida.  Repitió el Ayee, en realidad muy poco audible y dejó a Aniceto confundido, inquieto, incómodo ante los ojos de su comadre Chole.

     Volvió a mirar a su compadre y en ése momento, recordó lo mucho que lo había querido.  Se acordó de  aquellos lejanos días, cuando de niños, jugaban en el recreo, a los encantados, al burro, a la quemada, a las canicas. Cuando se escapaban de la escuela para irse a bañar a las aguas heladas del arroyo y las “chorreras”, a elevar papalotes. Vino a su memoria dejando que apareciera una sonrisa espontánea  en los labios, cuando juntos, enamoraron a sus mujeres, Cuando ya casados, se hicieron compadres “apadrinando a sus primeros hijos”.

     Cómo no recordar sus francachelas en las ferias del pueblo, sus aventuras en las cantinas y sobre todo, cuando juntos se fueron de “mojados” a Texas. ¡Como sufrieron allá!   Cuando se regresaron al pueblo por la nostalgia y porque  la “Migra” los retachó a México.





          Al parecer, los recuerdos aflojaron sus ojos y, al mirar el estado deplorable de su compadre, gruesas lágrimas rodaron de sus mejillas. Se sonó sonoramente la nariz  y. como un estallido en su cerebro, le llegó un deseo,  ¡Que su compadre muriera, si es que iba a morir, gozando!

     Miró al moribundo y le dijo, con voz fuerte y áspera:

     - ¡Melesio! ¡Compadre!  ¡No te estés haciendo pendejo!  ¡Levántate y vámonos a la cantina!  ¡Deja ya la pinche medicina que te está empeorando!  ¡Ya verás que con  unas copas y emborrachándote, te vas a sentir mejor!

     Melesio, agónico, ni lo peló.

     Luego, dirigiéndose  a Chole, su comadre,  le dijo:   - ¡Comadre!-   ¡Vamos a vestir a mi compadre!  Tráigale su ropa nueva  porque  ahorita, “en menos de lo que canta un gallo” vestimos a mi compadre y me lo llevo a la cantina.

     - ¡Está loco compadre!-    ¡Mi viejo está muy malo!  ¡Como se lo quiere llevar a la cantina si apenas puede hablar el pobre!  Dijo Chole, alarmada.
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     -¡Usted traiga la ropa!   - ¡Mire!-   ¡Al parecer a mi compadre le gustó la idea pues ya abrió más los ojos!  ¡Ándele coño!   Yo le voy a ayudar a vestirlo.

     Incrédula y no muy convencida,  Chole trajo los pantalones nuevos y la  guayabera que “había mercado” a unos yucatecos en la feria del pueblo. La comadre, con mayor confianza por ser la mujer, le puso los calzoncillos. El enfermo al parecer no oponía ninguna resistencia, solo se le escapaba ocasionalmente un quejido.

     Así, sin grandes esfuerzos, entre los dos lograron ponerle los pantalones y la guayabera pero, al tratar de  calzarle los botines, les dio trabajo. En ése momento de dificultad, oyeron  un prolongado quejido del enfermo y Chole, espantada, le dijo a su compadre:

     -¡Compadre!  ¡Se lo dije!  ¡Mire!  ¡Mi viejo ya no respira!  ¡Ya se nos murió!

     Melesio, asombrado, se percató que efectivamente, su compadre estaba muerto pues ya no respiraba.  Se hizo a un  lado de la cama y Chole, a gritos, llorando le dijo:

      -  ¡Ya se dio cuenta, compadre!-  ¡Por su culpa!   ¡Yo bien se lo decía!  ¡Usted es el culpable!  ¡Pobre de mi viejo!

     Viejo matrero, Aniceto no quería aceptar su culpa y dijo a Chole:

     - ¡Comadre!  ¡Yo no puedo tener la culpa!  ¡Al contrario!  ¡Usted debe estar agradecida!

     - ¡Agradecida de qué compadre!  ¡Ahora sí que me salió “el tiro por la culata”!

     - ¡Pues debe agradecerme lo que hice por mi compadre y por usted! - ¡Mire!-  ¡Ya terminamos de vestirlo!  ¡Se imagina usted que trabajo hubiera costado vestirlo cuando estuviera muerto pues,  todos los muerto “se ponen tiesos”!  ¡Ya ve usted, a mi Compadrito, que aún está “fresquecito” y no se ha “entiesado”, le pudimos poner la ropa con la que lo vamos a velar hoy y lo vamos a enterrar mañana!



 Dr. Jorge Caretta Salas 
Junio diez del dos mil catorce


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