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jueves, 2 de abril de 2015

EL CHIVO BRUJO Rafael Alpuche Ramos

EL CHIVO BRUJO
RAFAEL ALPUCHE RAMOS


     Oriundo del suelo campechano, a cuyas tradiciones ha vinculado si existencia pintoresca, este raro animal causó espantos y congojas hace más de medio siglo. En vano trataríase de encontrar este curioso ejemplar en las Enciclopedias ni en las sabías clasificaciones de Lineo.

     Su nombre, sin embargo, indica muy a las claras, que algo debió haber tenido en su naturaleza, que participara de las características del macho cabrío y que, además, poseyera la gran virtud de conservar a los moradores campechanos, en constante zozobra espiritual. Porque, ¡ay! Infeliz mortal que tuviera la osadía de enfrentarse con este sujeto tan original como pernicioso. Los mayores de pobladas barbas blancas, le temían como al propio demonio y, a los chicos se les ponía en orden amenazándolos con la presencia de este ser supernatural a quien el sentimiento popular había consagrado como un émulo del infierno. Los “policías” encargados de la “ronda” en la ciudad, sobre corpulentas y bien nutridas cabalgaduras, tal vez aguijoneados por el propio instinto de conservación, o, porque muchas veces es más pródigo en dádivas y satisfacciones el hacerse desentendido que el querer saberlo todo, jamás se topaban con este ente de diabólica estructura. Y, lo tunantes, filosóficamente truncaban sus sentidas serenatas, y escabullían el cuerpo y el alma, al rumor de que se aproximaba el temido Caballero de la Noche. Este casi mitológico animal rondaba los suburbios, hurgando los misterios de las sombras. Pero no siempre, ni todos los días, ni en días definidos; sólo incursionaba cuando menos se le esperaba y en cualquier tiempo, pero a altas horas de la noche. De repente, como por arte de magia, -pues a la magia negra pertenece la personalidad de este cornúpeta- como una oleada quieta sobre un lago sereno corrían los rumores: “Oye, Chun, dicen que anoche salió el Chivo Brujo”, dicho así, como para que quedara en casa y para que no lo supieran todos los mortales del puerto. Pero, como todos los secretos, el rumor se iba propagando de boca en boca; al caer la noche, al noticia ya era del secreto dominio de toda la ciudad.

      Dicho está. ¿Quién sería aquel majo que se aventurara a la calle pasadas las once de la noche? Las damas, jóvenes y viejas, pero especialmente estas últimas, se entregaban a la oración y se disponían resignadamente al encierre casero, salvaguardando a sus mocetonas y atisbando por las rendijas de las puertas, al través de la penumbra, de la flama agonizante de los faroles, con ansia y temor a la vez. Acaso, los campechanos de hoy, recordarán esta personalidad nebulosa de hace medio siglo digna de compararse con la multiforme Xtabay.
Xtabay

     Una mañana, al reflejo de la naciente luz crepuscular, en el entonces gran escapado de San Francisco, en las vecindades de la vetusta y benemérita iglesia del barrio; en aquella silenciosa explanada del histórico Kin Pech, sobre la grama donde había llorado la noche sus lágrimas de rocío, amaneció un cuerpo muerto de apuesto varón proletario. En su semblante se dibujaba una risa sardónica, hirsuta la pelambre del cuero cabelludo, los ojos ampliamente abiertos y desorbitados, tal parecía que el cuerpo que dormía el sueño eterno, había entregado su alma en el regazo del demonio. Cuchicheos por aquí; secreteos por allá; coloquios artificiales; miradas austeras en torno del cadáver del mal afortunado joven….

     La noche anterior había vagado en soltura por los ámbitos de la ciudad el temido Chivo Brujo… ¿Sería que aquel cuerpo inerte había encontrado la muerte en sus propias manos, en un arranque de pasión amorosa, de decepción, de celo, de locura?... “El Chivo Brujo” –se decía- “Se encontró con el Chivo Brujo” –murmuraban las gentes, sin detenerse a hacer honras al desaparecido-.

     “El Chivo Brujo”, es el caso, podía hacer este milagro y más, con su sola presencia. Pues ¿qué ser humano podría resistir el influjo de in Chivo bípedo, poseedor de una larga y peluda cola, dueño de un par de grandes y filosos cuernos, semejantes a un par de bien afilados machetes, con un par de ojazos de fuego que relampagueaban misteriosamente en medio de las sombras de la noche? ¿Quién podría mirar cara a cara a este noctívago sujeto, detener su miedo y permanecer con vida, al percibir el fragoroso ruido de sus pesadas cadenas? ¡Pues tal era el “Chivo Brujo” hace medio siglo en playas campechanas! ¡Peor que Lorencillo, Agramont o Pata de Palo! La presencia de este misterioso personaje era necesarísimo en ocasiones, y todo mundo debería recogerse contrito y confesado a horas tempranas de la noche; ¡Paso al progreso y la civilización!


     Eran los tiempos en que los buenos comerciantes del puerto, sacaban tripas de mal año, a base de contrabando marítimo. Pero un día, un buen día en que Dios no estaba para hacer milagros, “Chivo Brujo” fue capturado con todo y su infernal arreo y complicada parafernalia, y puesto en exhibición bajo los portales de la Comandancia de la Policía. Se recogieron valiosos contrabandos de las bodegas, y “El Chivo Brujo” perdió, desde entonces, todo lo que de brujo y chivo tenía; los campechanos recobraron la tranquilidad por mucho tiempo perdida y el vulgo se dio cuenta de la verdad de aquellos misterios…


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