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lunes, 31 de agosto de 2015

¡CON MIS AMIGOS EN XALAPA! Antonio Fco. Rguez. A.

¡CON MIS AMIGOS  EN XALAPA!
ANTONIO FCO. RODRÍGUEZ ALVARADO

Café Parroquia, Xalapa, Ver. Imagen de Internet.


     Siendo estudiante de medicina en el puerto de Veracruz, algunas veces solía ir a Xalapa a visitar a mis amigos Paulino Martínez Vara y a Roberto Arturo Valencia Gracia, nos agradaba irnos a tomar un café al “Café La Parroquia”, buscando siempre la terraza del segundo piso, donde nos pasábamos horas y horas  en amena charla sobre películas,  libros, música, y esporádicamente temas y problemas de física o de biología, y entre la plática nos terminábamos las servilletas para hacer croquis o anotaciones. Ocasionalmente pedíamos un segundo café o una Coca-Cola fría, y eso sí, vasos con agua a cada rato. Los únicos que no parecían estar muy contentos eran los meseros, sabían que apenas tendríamos para la cuenta y con suerte para dejarle un par de monedas de propina.


Imagen de Internet

     Saliendo del Café encaminábamos a Roberto el cual se hospedaba junto con Miguel Moreno Brizuela y otro par de amigos en una casa ubicada en una bajada a cuadra y media del Palacio de Gobierno. Y de ahí, nos íbamos Paulino y yo a su casa, él vivía con su familia, en la calle 5 de Febrero, relativamente cerca de un cuartel. Algunas veces me quedaba en su casa escuchando música clásica, y como eran yoguis nunca ponían el calentador de agua y la comida era vegetariana. En cerca de dos ocasiones Don Paulino, su papá, me pidió que lo acompañara a la calle y llegamos cerca del antiguo Cine Radio a una taquería “La Tariácuri”, ahí comíamos unas ricas carnitas estilo michoacano. Y al terminar me decía muy contento: ¡Vaya ya tenía muchas ganas de escaparme de la casa para comer un poco de carne! ¿Verdad que está muy rica? Yo sobándome la barriga le contestaba: ¡Deliciosa… nada que ver con las acelgas y todo ese tipo de ensaladas que ni llenan ni nutren! Soltábamos la carcajada y llegando  a casa me hacía prometerle que no diría nada a su familia, y se despedía diciendo: ¡Misión cumplida! Recuerdo que un par de años después nos encontramos en Catemaco, y me invitó nuevamente que lo acompañara a comer, entramos al “Restaurant Tenaspi” del “Hotel Catemaco” y pedimos mojarra frita, carne de “chango” y vino tinto, y como nos llevaron pan blanco, muy molesto exigió que nos trajeran tortillas. Así que antes de empezar a comer comentó: ¡Ahora sí, a comer como mexicanos… con tortillas! Don Paulino era todo un tipazo, él se dedicaba a promover el tabaco de los Tuxtlas en el extranjero. De esas contadas ocasiones en que él me dispensó su amistad, pude conocer su gran don de gente.

     Cuando le contaba todo esto a Paulino y a sus hermanas, se echaban a reír, disculpando a su papá. Lo querían mucho. Y la única que no debía saberlo era la mamá de ellos. Pensando en que ella se sentiría  que el marido ocasionalmente prefiriera en lugar de comer lo que ella le preparaba salir a comer tacos a la calle.

     Doña Aurora, la mamá,  era muy nacionalista, le gustaba mucho todo lo mexicano, leía sobre nuestras culturas antiguas, tenía los libros de Fernando Benítez “Los indios de México”, pero siempre presumía “El Corazón de Piedra Verde, y los Fantasmas” de Salvador de Madariaga. Con lo único que no era compatible su mexicanismo era con los tacos de carnitas.





     
     

     

     

     El día que una de sus hijas le llevó a presentar al novio, doña Aurora se puso muy contenta… el novio se llamaba Cuauhtémoc. Me imagino que fue el consentido de los yernos.

     Mi amigo Paulino y yo, teníamos varias cosas en común, la cultura, el basquetbol, y la locura de manejar a toda velocidad su Dodge Valiant Duster, ¡qué cuántos sustos tuvimos, yo era el copiloto!, y resulta que apenas hoy acabo de relacionar que fuimos “concuños platónicos”, pues los dos estuvimos platónicamente enamorados de unas lindísimas hermanas que estaban de  internas en el Colegio de Monjas.


Valiant Duster 1973. Imagen de Internet

     Hasta la fecha Paulino, Roberto y yo nos seguimos frecuentando con la misma fraternidad de siempre.  
    
     Debo aclarar que Roberto nunca tuvo amores platónicos, él agarraba su guitarra, juntaba a dos o tres amigos e inmediatamente llevaba serenata.


     ¡Creo que a Paulino y a mí nos volvió un poco tímidos el estar en colegio de monjas! jajajaja.



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